»
Inicio » Comentario Bíblico


Hebreos

7:1-19. Se han dado ya varias indicaciones de que Jesús es el “sumo sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec” (5:6, 10; 6:20). Ese tema ahora se desarrolla cabalmente cuando el autor llega al corazón de su mensaje y comienza a alimentar a sus lectores con “alimento sólido” que produce la madurez espiritual (5:11–14). La primera parte de este capítulo trata del encuentro entre Abraham y Melquisedec en Gn. 14, enfocando el significado del sacerdocio de Melquisedec en ese contexto (1–10). La segunda parte del capítulo se dedica a la promesa específica del Sal. 110:4, tratando sobre el Mesías como sacerdote como Melquisedec y lo aplica al Señor Jesús (versículos 11–28). La perfección no fue posible bajo el sacerdocio levítico, pero el ministerio de Jesús como sumo sacerdocio reemplaza todo el sistema del Antiguo Testamento sobre la forma de aproximarse a Dios, y “perfecciona” a los creyentes en una relación con él (versículos 11–19). El significado del juramento confirmando el sacerdocio del Mesías se examina (versículos 20–22) y luego se delinean las implicaciones de la promesa de que él será sacerdote para siempre (23–25). El capítulo termina mostrando cómo tal sumo sacerdote, en contraste con los del antiguo pacto, nos convenía en nuestra condición de pecadores (versículos 26–28). El capítulo 7 es la tercera etapa en el desarrollo de la idea de que Jesús es el sumo sacerdote del nuevo pacto (2:17, 18; 4:14–5:10).

1–3 El Sal. 110:4 es el texto clave de este capítulo. Para indicar qué quiso decir el Salmo al hablar de un sumo sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec, Hebreo vuelve a Génesis 14:18–20, subrayando sólo ciertos temas del relato allí. El nombre Melquisedec significa rey de justicia y el hecho de que era rey de Salem (que deriva del hebreo shalom, “paz”) significa que era rey de paz. En nombre, por lo menos, él anticipó el reinado mesiánico de justicia y paz (por ejemplo Isa. 9:6, 7; Hebreo 1:8, 9). Más importante aun, él se identifica como sacerdote del Dios Altísimo, que bendijo a Abraham y recibió del gran antepasado o patriarca de Israel los diezmos de todo. Además, en el registro de la Escritura, Melquisedec fue sin padre ni madre ni genealogía, no tiene principio de días ni fin de vida. Aparece de la nada y desaparece sin dejar rastro. No tuvo predecesores ni sucesores. Dado que la legitimidad del sacerdocio de un hombre en el mundo antiguo dependía de tales cosas, el silencio de la Escritura al respecto es inusual. Melquisedec se asemeja al Hijo de Dios en el sentido de que plantea previamente su sacerdocio único y perpetuo. En términos técnicos, es un “tipo” o modelo de Cristo. El Sal. 110 tiene en vista la aparición de otro rey de Jerusalén (“ciudad de Salem”), ejerciendo un sacerdocio como el de Melquisedec, aparentemente no basado en una descendencia física de cualquier sacerdocio conocido, pero, sin embargo, designado divinamente. Hebreo proclama que Jesucristo es el rey sacerdote prometido quien reina para siempre para bendecir a su pueblo (5:4–6; 7:13–17).

4–10 Tratando el tema del diezmo pagado por Abraham a Melquisedec, Hebreo hace notar que la ley de Moisés requería que los descendientes de Leví que han recibido el sacerdocio tienen, según la ley, mandamiento de recibir los diezmos del pueblo (Números 18:21–32). Sin embargo, ¡Melquisedec, cuya genealogía no es contada entre ellos, recibió los diezmos de Abraham, el antepasado de Leví! Por cierto, tan grande es Melquisedec que bendijo a Abraham, aquel a quien Dios había dado las promesas relativas a sus propósitos salvadores (Hebreos. 6:13, 14). Como el que es menor es bendecido por el mayor (versículo 7), esto pone a Melquisedec en una posición muy significativa. Los diezmos pagados al sacerdocio levítico eran recogidos por hombres que mueren, pero Abraham pagó un diezmo a alguien del cual se ha dado testimonio de que vive (versículo 8), o sea que en el registro bíblico, Melquisedec se representa como alguien que no tenía “fin de vida” (versículo 3), y esto sugiere que tenía un sacerdocio superior. Aun podría decirse que Leví, y por lo tanto los sacerdotes levíticos, pagaron tributo a Melquisedec por medio de Abraham. Esto nos prepara para el argumento en los versículos 11–19 de que el sacerdocio de Jesús es superior y reemplaza al sacerdocio levítico y su ministerio.

11, 12 Cuando el Salmo 110:4 habla sobre la necesidad de que se levantase otro sacerdote según el orden de Melquisedec y que no fuese llamado según el orden de Aarón, se infiere que algo faltaba en el sacerdocio existente. De hecho, el sacerdocio que descendía de Aarón y que era ejercido por algunos levitas era incapaz de proveer la perfección. Por primera vez el lenguaje de la perfección (aplicado a Cristo en 2:10; 5:9; 7:28) se aplica a la situación de los creyentes. La ley de Moisés no hizo que nada fuese perfecto, pero en Jesucristo se introduce “una esperanza mejor, por la cual nos acercamos a Dios” (versículo 19). Esta última referencia sugiere que el perfeccionamiento de los creyentes implica “capacitándolos” para acercarse a Dios o dándoles la posibilidad de gozarse de la certeza de una relación de nuevo pacto con Dios. Más se dirá luego sobre este importante concepto. En términos simples, el sacrificio de Cristo trata con el problema del pecado de un modo que no podían hacerlo el sacerdocio levítico y la ley de Moisés. Por cierto, la ley y el sacerdocio estaban tan relacionados que un cambio de sacerdocio significaba que habría también un cambio de ley (versículo 12). Debe notarse que el autor de Hebreo ve la ley como una serie de regulaciones de sacrificios y sacerdocios para el mantenimiento de la relación de Israel con Dios. Las limitaciones del sistema como un todo son bosquejadas en los capítulos 9 y 10.

13–17 Sólo ciertas personas fueron autorizadas para servir en el altar, de acuerdo con la ley de Moisés (por ejemplo Leviticos 8 y 9; Números 1:47–54). Jesús nuestro Señor perteneció a la tribu de Judá y Moisés no dijo nada en cuanto al sacerdocio referente a esa tribu. De modo que, si Jesús es un sacerdote, debe pertenecer a otro orden. Al tratar esta objeción, el autor señala la predicción del Salmo 110:4 en cuanto a que el sacerdocio mesiánico sería según el orden de Melquisedec. Un descendiente de Leví llegaba a ser sacerdote conforme al mandamiento de la ley acerca del linaje carnal. Jesús llegó a ser sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec, sobre la base del poder de una vida indestructible. Esta última expresión se entiende mejor como una referencia a la resurrección de Jesús y su exaltación celestial. El actuó claramente como sumo sacerdote del nuevo pacto sobre la tierra, cuando se ofreció como sacrificio perfecto por nuestros pecados. Pero era necesario que se le volviese a la vida para actuar como sacerdote para siempre, sirviendo en el santuario celestial, a la diestra de Dios (8:1, 2).

18, 19 El mandamiento anterior es la ley estableciendo el sacerdocio del Antiguo Testamento sobre la base de una adecuada línea de antepasados y una pureza física. Era ineficaz e inútil porque la muerte impedía que aquellos sacerdotes pudieran permanecer en sus funciones (versículo 23), y su propia debilidad hacía continuamente necesario que ellos sacrificaran por sus propios pecados así como por los pecados del pueblo (versículo 27). Por cierto, la ley no perfeccionó nada (ver nota mas arriba sobre 7:11, 12), porque era sólo una “sombra de los bienes venideros” (10:1). La regulación que establecía el sacerdocio del AT fue abrogada cuando Dios inauguró un nuevo sacerdocio y proveyó un sacrificio que pusiera fin a todos los sacrificios (10:5–10). Se introduce una esperanza mejor con el sumo sacerdocio de Jesús, por la cual nos acercamos a Dios. La certeza de una limpieza definitiva del pecado y de la posibilidad de continuar en una eterna relación con Dios está en el corazón de esta esperanza mejor.