2:1-15 En Ro. 1:18–32 Pablo describió el pecado y el juicio de los gentiles utilizando la tercera persona: [ellos] se “apartaron” de Dios, Dios “los” entregó. No obstante, a través de la mayor parte del cap. 2 Pablo emplea la segunda persona del singular como en el versículo 1 [tú] no tienes excusa. Este cambio de persona no significa que Pablo esté ahora hablando en forma directa a sus lectores en Roma. El está utilizando un recurso literario, común en el mundo antiguo, en el cual un autor se dirige a un contendiente o interlocutor imaginario como medio impactante para transmitir sus conceptos a su audiencia. (Este estilo se denomina diatriba.)
¿Quién es el “contendiente” o interlocutor de Pablo en estos versículos? El vrsículo 17 señala que, al menos en los versículos 17–29, Pablo le está hablando a un judío. Muchos estudio creen que en los versículov 1–16 Pablo está hablando de manera más general a cualquier persona que se declara “moral”. Pero es más probable que aun aquí, el verdadero “blanco” de Pablo sea el judío. Omite al principio toda identificación específica, de manera de poder integrar al judío en su discusión antes que se haga clara su acusación. La técnica de Pablo aquí probablemente refleje el estilo de su predicación. Podemos imaginar a judíos en la audiencia de Pablo, expresando su acuerdo con la acusación de Pablo a los pecadores gentiles en el capítulo 1, tan sólo para encontrarse ahora acusados por hacer lo mismo (3).
En 2:1–3:8, entonces, Pablo centra la atención sobre los judíos. El demuestra que la condición de ellos delante de Dios en el juicio no difiere de la de los gentiles (2:1–16), a pesar de que ellos poseen genuinos dones de Dios como la ley y la circuncisión (2:17–29). En 3:1–8 Pablo se aparta brevemente de esta línea principal de discusión para tratar algunos temas que surgen de lo que él ha dicho en el cap. 2.
8:18–39 El Espíritu de gloria. En este párrafo, Pablo explica en detalle su referencia al sufrimiento y la gloria en el versículo 17, desarrolla el tema general de la seguridad del cristiano y nos trae nuevamente al comienzo de esta sección principal de la carta (5:1–11; ver notas sobre 5:1). La esperanza de gloria del cristiano enmarca el párrafo, ya que se presenta al comienzo (18) y al final (30), y es el tema que abarca toda la sección. Los creyentes, que enfrentamos la necesidad de "sufrir con Cristo" en este mundo, podemos no obstante estar confiados y seguros, sabiendo que Dios ha determinado guiarnos por el camino que nos lleva a nuestra herencia (18–22, 29, 30), que él está obrando providencialmente a favor de nosotros (28) y que nos ha dado su Espíritu como la garantía de nuestra redención final (23).
Pablo jamás minimiza la realidad ni la gravedad del sufrimiento del cristiano en este mundo. Pero ese sufrimiento aun debe verse como insignificante, comparado con la gloria que pronto nos ha de ser revelada (18). En el Antiguo Testamento, la "gloria" denota el "peso" y la majestad de la presencia de Dios. Pablo aplica la palabra al estado final del creyente en Cristo cuando hayamos sido transformados a la imagen del Hijo de Dios (29); porque Cristo ya ha entrado a este estado de gloria (Fil. 3:21; Col 3:4), y la transformación de nuestros cuerpos traerá a la luz en ese último día nuestra parte en esa gloria.
Los versículos 19–25, cuyas palabras clave son "aguardar" (19, 23 y 25) y esperanza (20, 24, 25), muestran que los creyentes en Cristo, junto con la creación toda, deben esperar que la obra de Dios se complete. Pablo sigue los precedentes del Antiguo Testamento (Sal. 65:12, 13; Isa. 24:4; Jer. 4:28; 12:4) al personificar a la creación subhumana: ésta gime en su frustración (20, 22) y espera ansiosamente el día en que nuestra condición de hijos de Dios se complete y sea hecha pública (19, 21). Lo que deja en claro que Pablo no incluye a los ángeles y a los seres humanos en su texto es que la frustración que la creación experimenta no fue producida por su propia voluntad (20). Se produjo, en cambio, por causa de aquel que la sujetó (20), es decir, Dios, quien maldijo a la tierra como resultado del pecado de Adán (Gén. 3:17, 18; 1 Cor. 15:27). Pero el decreto de esta sujeción siempre fue acompañado por la esperanza de que Dios un día haría de su creación lo que él originalmente quiso que fuera, un lugar donde "el lobo habitará con el cordero" (Isa. 11:6). Nosotros, los creyentes en Cristo, compartimos el clamor y la esperanza de la creación (23), porque poseemos el Espíritu como primicias, garantía y prenda de nuestra redención final, y esto hace que anhelemos mucho más el completamiento de la obra de Dios en nosotros. Lo que muchas veces en el Nuevo Testamento se llama la tensión del "ya … y todavía no" entre lo que Dios ya ha hecho por el creyente y lo que aún le resta por hacer, se hace muy evidente al comparar el versículo 23 con los versículos 14–17. Porque la "adopción como hijos" que allí se dice que poseemos está aquí ligada con la redención de nuestro cuerpo y se constituye en el objeto de la esperanza y expectativa. Tal esperanza es la esencia misma de nuestra salvación. Por lo tanto, debemos esperar pacientemente lo que Dios ha prometido (24, 25).
En los versículos 26–30 Pablo nos da tres razones por las que podemos esperar con paciencia y confianza la culminación de nuestra esperanza. Primera, el Espíritu nos ayuda en nuestra ignorancia sobre por qué cosas orar (26, 27). En esta vida necesariamente estamos inseguros en cuanto a cómo debiéramos orar. Pero el Espíritu mismo intercede por nosotros ante Dios, orando por nosotros esa oración que siempre está en perfecta concordancia con la voluntad de Dios (27). Pablo no habla aquí del don de hablar en lenguas; ni siquiera es claro si habla de un proceso audible, ya que los gemidos del Espíritu pueden ser metafóricos (ver versículo 22). En cambio, probablemente esté refiriéndose a un ministerio intercesor del Espíritu Santo en el corazón del creyente que se produce sin que nosotros siquiera tengamos conocimiento de él.
Un segundo fundamento para que el creyente espere con confianza el futuro es que Dios está obrando constantemente en todas las cosas para [el] bien de los que le aman (28). Nada que pueda tocarnos cae fuera de la esfera del cuidado providencial de nuestro Padre: aquí, verdaderamente, hay un motivo de gozo y un fundamento para la esperanza tan sólido como una roca. Sin embargo, debemos definir el bien que Dios trabaja para producir para nosotros, según sus términos y no los nuestros. Dios sabe que el mayor bien para nosotros es conocerlo y disfrutar de su presencia por siempre. Por lo tanto, para producir este "bien" final, puede permitir que nos aflijan dificultades como la pobreza, la enfermedad y el dolor. Nuestro gozo provendrá no de saber que nunca enfrentaremos esas dificultades —porque seguramente las enfrentaremos (versículo 17)— sino de saber que, no importa cuál sea la dificultad, nuestro Padre de amor está obrando para hacernos cristianos más fuertes.
Pablo describe a aquellos para los cuales Dios obra de esa forma desde el punto de vista humano (los que le aman) y desde el punto de vista divino (los que son llamados conforme a su propósito, 28). El "llamado" de Dios no es solamente la invitación a que las personas abracen el evangelio, sino su verdadera convocatoria a las personas para que tengan una relación con él (ver, por ejemplo 4:17; 9:12, 24). Este llamado se produce en concordancia con el propósito de Dios, que, en última instancia, es conformarnos a la imagen de su Hijo (29). Dios nos lleva a cada uno de nosotros a esa meta por medio de una serie de hechos realizados a nuestro favor. Primero, nos "conoció antes". Algunos eruditos creen que proginosko (conocer desde antes) significa aquí lo que comúnmente significa en la literatura griega: "Conocer algo con anticipación." Pero Pablo dice que es a nosotros, los cristianos, a los que Dios conoce, y esto sugiere la idea más personal de "conocer", que se encuentra en algunas ocasiones en el Antiguo Testamento: la elección para tener una relación personal (por ejemplo Gé. 18:19; Jer. 1:5; Amós 3:2). Este es, casi seguramente, el sentido que tiene la expresión en otros pasajes del Nuevo Testamento (11:2; Hech. 2:23; 1 Ped. 1:2, 20). El "previo conocimiento" de Dios, el habernos elegido para salvarnos "desde antes de la fundación del mundo" (Ef. 1:4), lleva a nuestra "predestinación" por parte de él, es decir, nos señaló para que tengamos un destino específico. Este destino es que lleguemos a ser como Cristo, un acontecimiento final que Dios lleva a cabo "llamándonos" (ver versículo 28b), "justificándonos" (ver 3:21–4:25) y "glorificándonos". Es significativo que este último verbo esté, como los otros en el versículo 30, en tiempo pasado, sugiriendo que, aunque la obtención de la gloria sea futura, la determinación de Dios de que la logremos ya está cumplida.
8:31-39 Celebración de la seguridad del creyente. Podemos ver esta hermosa celebración de nuestra seguridad en Cristo, que es casi un himno, como una respuesta a lo que Pablo acaba de decir (28–30, o 18–30, o aún 1–30), pero es mejor considerarla como una reflexión final del conjunto de los capítulos 5–8. Se da en dos partes. En la primera de ellas (31–34) Pablo nos recuerda que Dios es por nosotros: al darnos su Hijo al mismo tiempo nos ha asegurado todo lo que necesitamos para pasar por esta vida y alcanzar la salvación final. Nadie, entonces, podrá presentar ninguna acusación contra nosotros con éxito o hacer que seamos condenados en el juicio. Porque Dios es quien nos ha elegido y justificado, y su propio Hijo es quien responde a cualquier acusación que se haga en contra de nosotros. La segunda parte del himno (35–39) celebra el amor de Dios en Cristo por nosotros. Es tan imposible que algo nos separe de ese amor como que alguien pueda presentar una acusación contra nosotros. Ningún peligro o desastre terrenal puede hacerlo (35b, 36). Aunque podemos esperar estos sufrimientos, como Pablo nos recuerda con su cita del Salmo 44:22: En todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Tampoco hay algún poder espiritual (los ángeles, principados y poderes, mencionados en el versículo 38) que pueda separarnos del amor de Dios. Por cierto, no hay nada en toda la creación que pueda separarnos del nuevo régimen en el que el amor de Dios en Cristo reina sobre nosotros.